Crónicas desde el cielo: El cuento de Rafaela

                                                              
                                                                -¡“Dos por cinco, diez
                                                                  dos por seis, doce,
                                                                dos por siete , catorce,
                                                                dos por ocho dieciséis,
                                                              dos por nueve, dieciocho
                                                                 dos por diez, veinte!”

Canturrean al menos una docena de querubines y querubinas y media docena de arcángeles y “arcángelas”, ya que no es cierto aquello de que los ángeles no tienen sexo. Hay ángeles y ángelas.
De la silla que acompaña el pupitre celestial de madera blanca, pulida y suavemente forrada de seda blanca, se levanta una mujer menudita, chiquitina y bastante gordita que les indica a “sus alumnos” que es la hora del recreo y del partido diario de “lanzamiento de meteoritos”
Todos las rodean, gritándole nerviosos:
“Seño, Rafaela, seño, Rafaela, fuera hay lluvia de estrellas y nos da miedo que alguna de ellas choque con nosotros y se produzca un “estrellopicio”, por favor, mañana jugaremos dos partidos en lugar de uno, porfa, cuéntenos el cuento de aquella chica de la tierra que quería ser actriz y que nunca nos termina…”
Después de hacerse rogar por unos instantes, buscó entre las esponjosas baldas de su estantería, un precioso libro de tapas doradas, que todos los angelitos vieron lleno de recortes y viejas fotografías, cuando la maestra lo abrió.
-“Érase una vez,- comenzó a leer, con una voz suave de acento andaluz, entrecortada, como si le faltase en ocasiones, el aire necesario para articular sus palabras, mientras sujetaba el bello libro con sus manos regordetas de uñas perfectamente arregladas y dedos cortos, aunque ágiles.
En un pequeño pueblo marinero del sur de España, de casas encaladas, playas de arenas blancas y aguas cristalinas, que vivía una niña no muy guapa, pero muy lista, llamada Rafaela.
-“¿Cómo usted?- exclamó uno de los pequeños querubines.
-“Sí – respondió la profesora, igualito que yo, dijo continuando con el relato.
Rafaela, era una niña, como os decía muy inteligente, tanto que sus padres en una época en que las niñas apenas si estudiaban, decidieron que fuese al colegio y que después ella eligiera una carrera universitaria, si quería hacerla.
Y así fueron pasando los años, entre juegos, baños en la arena, atardeceres en el puerto esperando la llegada del barco en el que trabajaba su padre como piloto mercante y que estaba largas temporadas fuera de su casa y estudiando, sobre todo estudiando.
La pequeña Rafaela, que a pesar de sus años seguía siendo chiquitina en estatura, se convirtió en una mujer, que aunque no destacaba por su belleza física, si lo hacia por su gran inteligencia y simpatía.
Cuentan quienes la conocieron que en las celebraciones de la iglesia, siempre era la encargada de hacer las lecturas, ya que leía muy bien y además con sus palabras trasladaba a sus vecinos a todos los lugares que los testamentos bíblicos descubrían.
Un día, Rafaela llegó muy contenta a su casa. ¡Al fin, era maestra! y además iba a empezar a impartir clases.
Aquello colmó de alegría a Rafaela y a sus padres. Así pasaron otros dos años más. Rafaela, era feliz. Hacia lo que le gustaba, quería a los niños y ellos la querían a ella.
Una tarde y tras acabar de comer con su familia y junto a Don Benito Arrojo, un gran amigo de su padre, que era el empresario de uno de los teatros de Córdoba y tras oírla hablar de sus tiempos en la “normal” de maestras donde había estudiado y de cómo hacían pequeñas obritas de teatro para entretenerse y sacar dinero para los necesitados en las navidades y tras recordar haber asistido a alguna de ellas, le propone hacer teatro “en serio”, como profesional.
Los padres de Rafaela se negaron ya que por aquel tiempo no estaba bien visto que las chicas se dedicaran al espectáculo y menos una chica con estudios y un buen trabajo.
-“¿No les gustaba que actuara y saliera en la tele de la tierra, Doña Rafaela?- interrumpió de nuevo uno de los angelitos que escuchaban la historia intrigados e interesados por la historia de la tocaya de su profe celestial.
-¡Querido mío!, en aquella época no había televisiones. Eso vendría muchos años después. Debo deciros, por si no lo sabéis que esta historia trascurrió en los primeros años del siglo XX.
-¡Hala!, entonces seguramente que la chica Rafaela ya vivirá con nosotros aquí en el cielo,-exclamó Angelina, una pequeña arcángel.
-¡Cállate, Angelina, déjanos escuchar como acaba la historia!, le dijeron algunos de sus compañeros de nube.
Tras unos instantes mirando a una nube algodonosa que se acababa de parar curiosa, delante de ellos, como queriendo escuchar el final de la historia, prosiguió con la historia:
-“Os decía, que a los padres no les gustaba la idea de que Rafaela fuera actriz, así que se lo prohibieron, aunque la prohibición duró poco, apenas unas semanas, ya que al poco tiempo, la joven, debutó en un teatro de Córdoba propiedad de aquel señor amigo de su padre, en una obra de teatro de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero…
Otra vez la maestra se vio interrumpida por la arcángel Angelina, que entre sorprendida y enterada preguntó:
-¿De Joaquín y de Serafín, los hermanos que viven en el sendero de la constelación de Aries esquina con libra?
-¡Los mismos!- Rafaela comenzó a actuar con una de sus obras que se titulaba: “El conflicto de Mercedes”, por aquel entonces tenía tan solo vientres años, siguió relatando la profesora.
Un gesto de melancolía inunda la mirada de la narradora de aquel “cuento” del libro de recortes. Un silencio se hace entre la claridad de los rayos del sol que penetra entre los pupitres del aula del cielo. Podría decirse que había pasado un ángel sino fuera porque estamos hablando del lugar donde residen.
-Y, ¿qué pasó después? – dijo interrumpiendo el silencio, la pequeña arcángel de nuevo.
“Pues pasó, - retorno a decir Rafaela, que la chica dejó de instruir a niños y niñas para hacerlo con otras personas a través de sus magnificas interpretaciones teatrales.
En 1936, el trocito de tierra en el que vivía nuestra protagonista se sumió en una época de terribles momentos, de gran tristeza ya que estalló una gran guerra en la que los hermanos luchaban entre sí, matándose unos a otros.
-¿Porqué, señorita?- exclamo un ángel menor.
-Por todo y por nada. Por ilusiones y por desilusiones. Por valentía y por cobardía. Las guerras son como esos nubarrones negros que a veces nos acechan tras la más blanca de las nubes y que sin remedio nos cala hasta los huesos.
-“Pero,-prosiguió con un velo húmedo en sus ojos claros- a pesar de esto nuestra amiga en este año triste y desdichado en el que su estómago estaba muchas veces vacío, fue la más feliz de las mujeres ya que conoció el que sería su amor para siempre y en ese mismo año se casaron.
La guerra acabó, viajaron mucho, cuidaron de sus hijos, ya que fueron papás dos veces, lo que hacia a Rafaela ser cada día más feliz.
Actuaban en los mejores teatros, hicieron juntos muchas películas y televisión, siempre juntos, aunque por aquel entonces Rafaela ya destacaba en sus interpretaciones.
Y así fue hasta que su amor una triste mañana decidió mudarse a estos mundos celestiales y la dejó sumida en una gran tristeza terrenal.
Quería acompañarle en su viaje hasta estos lugares pero aún no era el momento y ella sabía que su único amor, la esperaría. Y así fue durante 30 años.
Rafaela estaba sola, sus hijos ya eran mayores y aunque siempre estaban con ella, le faltaba su compañero de vida y teatros y decidió honrarle haciendo lo que era la pasión de ambos: Los escenarios.
Y lo consiguió…
La maestra de aquel grupo angelical vuelve a quedarse quieta, callada, como evocando tiempos pasados, antes de sacar su plaza celestial en la oposiciones del último viaje a las estrellas.
De nuevo, le saca de sus pensamientos la pequeña Angelina, que le pregunta insistente y nerviosa:
-¿Y cómo lo consiguió?, -¿Y cómo lo consiguió?, -¿Y cómo lo consiguió?
-Tranquila, Angelina, tranquila, que la historia ya se está acabando no seas impaciente.
Rafaela, siguió actuando cada vez más, como era muy graciosa, comenzaron a llamarla además de para hacer teatro, para trabajar en al televisión, (que ahora ya era un aparato muy importante en todas las casas) y para el cine en el que hizo muchísimas películas, más de cien…
Era ya una gran actriz, tanto cómica como dramática. Hizo muchos papeles: de pobre, de rica, de mala, de buena, de millonaria, de monja, pero todos la recordaban por un papel de chacha.
La maestra mira las caras de sus alumnos y se da cuenta de que no saben lo que es una chacha, ya que en el cielo no hay sirvientes, ni criados, todos son iguales y unos se ayudan a otros sin que nadie mande a nadie.
-Una chacha es una señora que trabaja en la casa de otros para ayudarlos en las tareas de la casa, para limpiar, planchar, hacer, la comida…
¡Ya sé lo que es!- gritó como siempre Angelina interrumpiendo las palabras de su profesora- Yo conozco aquí en mi misma nube azul a otra actriz que también hacia esos papeles. Se llama Gracita y debieron de ponerle ese nombre porque es muy graciosa…
“Eso es, Rafaela era una gran amiga de Gracita la inquilina de la nube azul cerca de la glorieta poblada de encinas de estrellas”,- le ratificó la maestra a la pequeña Angelina, que se sonrió al darse cuenta de que llevaba razón.
Bueno pues os decía que Rafaela en la tierra, ya sola sin su amor fue una gran estrella, casi tan brillante como las nuestras, a la que todo el mundo conocía como Rafaela Aparicio ya que tomo el apellido de su abuelo materno, en los tiempos en los que sus papis no la dejaban actuar.
Hasta que un día su estrella se apagó en la tierra y se encendió aquí en nuestro país de constelaciones y vías lácteas. Tenía ya, noventa años. Al llegar aquí lo primero que hizo fue preguntar al primer ángel de la frontera donde estaba Erasmo, que no sé si os lo he dicho así se llamaba su esposo.
Enseguida lo encontró.
Angelina, como siempre, interrumpió a su maestra gritando emocionada:
“! Un momento, si Rafaela está entre nosotros y se llama como usted y su amor se llama Erasmo, como Don Erasmo su esposo… La gran actriz estrella terrenal es usted, ¿verdad, Doña Rafaela?...!
La maestra Rafaela, mirando fijamente a la pequeña niña alada, le dijo con una gran sonrisa:
-¡Claro, que sí, listilla¡- Rafaela soy yo, y ese señor que acaba de cruzar el umbral de esa estrella fugaz para venir a recogerme al trabajo y acabar con este cuento es Erasmo, mi marido, el gran actor del que enamoré hace ya tantísimos años…
Y ahora mismo nos vamos al teatro de la galaxia a ver una nueva obra de tu vecina Gracita. Y ¿sabéis lo mejor , ¡os invitamos a todos!, Asi que nos vamos todos juntos.
Y cogiendo del brazo a su amor terrenal y celestial exclamó mirándole a los ojos:
“¡Qué bonita fue nuestra historia de amor, verdad cariño!
Y Erasmo mirándole también a sus pequeños ojillos le contestó:
“¿Fue?, ¡Aún lo es , mi amor. Aún lo es!
Y ambos desaparecieron atravesando una pequeña constelación, rodeados de una multitud de pequeños ángeles y arcángeles que entusiasmados iban cantando camino del teatro, poniendo banda sonora a la que por ahora ha sido la última película de Doña Rafaela Aparicio y Don Erasmo Pascual.
Mientras tanto, la pequeña Angelina escribe con algodón de azúcar de color rosado en una claro de la luna la palabra Fin…
¿O no?

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